«Yo Significo», y no de un modo egocéntrico, sino de un modo esencial. «Yo Significo«, así, a secas: es cuanto más peso tiene ese enunciado. Pues somos como los jeroglíficos egipcios: cada uno tiene valor en sí mismo, de manera que sin él la frase expresada queda sin sentido. (Es más: sólo si me doy cuenta de que «Yo Significo» puedo reconocer cabalmente que el Otro también Significa: es único e irrepetible.) Entonces: «Yo Significo» implica: «Mi existencia tiene Sentido; sin ella, la realidad del HOY quedaría incompleta».
Y si Yo Significo, tengo que averiguar quién soy. Y para averiguar quién soy, cómo soy, hacia dónde va mi vida, es necesario cultivar el momento para Sí, aunque sea entre los trajines del día (como quien cultiva hierbas aromáticas al menos en un rinconcito de su balcón); tiempo para comprender los propios sentires, para aprender a dar conscientemente, para advertir cuándo uno se está traicionando al negociar lo innegociable…
Quien quiere comprender cómo funciona una fábrica, el cuerpo humano, o la economía mundial tiene que dedicar tiempo a estudiar sus leyes, sus patrones de comportamiento, sus fundamentos, ¿verdad? Bien: comprenderse a sí mismo no es diferente. Requiere hallar aunque sea retacitos de tiempo para estudiar a ese ser humano que llamamos «Yo«. Sólo así podemos ver qué falta y qué sobra en nuestra vida, dónde está nuestro talento escondido, qué opciones tenemos para ser más plenos…
El hombre, la mujer, que quieren graduarse de médico, de ingeniera, les restan horas al sueño con tal de lograr su meta. Graduarse de Sí Mismo requiere del mismo empeño, de la misma vocación, y reporta aún más satisfacción: la de vislumbrar por propia experiencia qué sabor tiene la expresión «Yo Significo». Miren qué bello modo de escribirlo tuvo el poeta sueco Henrik Nilsson: