Meditación es mirar en tu vacío, darle la bienvenida, disfrutarlo, ser uno con él, sin ningún deseo de llenarlo — no hay necesidad
porque ya está lleno. Parece vacío porque no tienes la forma correcta de verlo. Lo ves a través de la mente; esa es la manera incorrecta. Si pones la mente a un lado y miras dentro de tu vacío, es de una tremenda belleza, es divino, está desbordante de gozo. Nada más se necesita
Archivo por meses: octubre 2011
Deja que la vida te despeine!
Hoy he aprendido que hay que dejar que la vida te despeine, por eso he decidido disfrutar la vida con mayor intensidad… El mundo está loco. Definitivamente loco… Lo rico, engorda. Lo bueno sale caro. El sol que ilumina tu rostro, arruga. Y lo realmente bueno de esta vida, despeina…
– Hacer el amor, despeina.
– Reírte a carcajadas, despeina.
– Viajar, volar, correr, meterte en el mar, despeina.
– Quitarte la ropa, despeina.
– Besar a la persona que amas, despeina.
– Jugar, despeina.
– Cantar hasta que te quedes sin aire, despeina.
– Bailar hasta que dudes si fue buena idea ponerte tacones altos esa noche, te deja el pelo irreconocible…
Así que como siempre cada vez que nos veamos yo voy a estar con el cabello despeinado…
Sin embargo, no tengas duda de que estaré pasando por el momento más feliz de mi vida.. Es ley de vida: siempre va a estar más despeinada la mujer que elija ir en el primer carrito de la montaña rusa, que la que elija no subirse.
Puede ser que me sienta tentada a ser una mujer impecable, peinada y planchadita por dentro y por fuera. El aviso clasificado de este mundo exige buena presencia: Péinate, ponte, sácate, cómprate, corre, adelgaza, come sano, camina derechita, ponte seria…
Y quizá debería seguir las instrucciones pero ¿cuándo me van a dar la orden de ser feliz? Acaso no se dan cuenta que para lucir guapa, me debo sentir lbien… ¡La persona más estupenda que puedo ser!
Lo único que realmente importa es que, al mirarme al espejo, vea a la mujer que debo ser. Por eso mi recomendación a todas las mujeres y porque no hombres
Entrégate, Come rico, Besa, Abraza, Haz el amor, Baila, Enamórate, Relájate, Viaja, Salta, Acuéstate tarde, Levántate temprano, Corre, Vuela, Canta, Ponte guapa, Ponte cómoda, Admira el paisaje, Disfruta,
y sobre todo, deja que la vida te despeine!!!
Lo peor que puede pasarte es que, sonriendo frente al espejo, te tengas que volver a peinar.PD: no he encontrado autor…
Bendición para los sentidos
Que sea bendecido tu cuerpo.
Que comprendas que tu cuerpo es un fiel y hermoso amigo de tu alma.
Que tengas paz y júbilo, y reconozcas que tus sentidos son umbrales sagrados.
Que comprendas que la santidad es atenta, que mira, siente, escucha y toca.
Que tus sentidos te recojan y te lleven a tu casa.
Que tus sentidos siempre te permitan celebrar el universo y el
misterio y las posibilidades de tu presencia aquí.
Libro de la sabiduría Celta
La mujer que gastaba las escobas
Selección y traducción de Máximo Damián Morales.
Ilustraciones de Fernando Molinari.
Este relato forma parte de una gran cantidad de historias, de tradición oral, en el que difícilmente pueda encontrarse su origen. Aquí presentamos la versión que podemos calificar como «más objetiva».
Había una vez un joven matrimonio muy feliz. El hombre se llamaba José y la mujer tenía por nombre Alba. Los dos eran personas muy trabajadoras y gozaban de muy buena salud.
El marido trabajaba como empleado en una tienda de telas, cuyo dueño de origen judío, le había tomado mucho cariño. De a poco había ido ganándose su afecto y respeto hasta convertirse en el encargado general, y aspiraba a que, algún día, cuando el dueño falleciera, le legara la tienda, ya que éste no tenía hijos.
La mujer era fuerte y de penetrante mirada, su cabello tenía unos pocos rizos colorados y su nariz estaba moteada por algunas pecas. Trabajaba todo el día en la casa, limpiando, dándole de comer a los animales y cuidando la pequeña huerta. Aún no tenían hijos pero deseaban tenerlos.
Todos los domingos se ponían sus mejores ropas y concurrían a la misa de la parroquia del lugar.
Todos los lunes, cuando el marido se preparaba para ir a trabajar, ella le pedía dinero para comprar una nueva escoba. José no podía entender cómo hacía para gastar una escoba por semana.
—¿Pero qué es lo que haces con las escobas, mujer?
—Querido esposo —respondía ella con su más dulce voz—, entra mucho polvillo, barro y hojas de afuera, y sabes que yo soy muy limpia. Es mi deso que nuestro hogar sea un lugar libre de suciedad. Además, dime: ¿en qué clase de casa te gustaría que criara a tus hijos?
El marido no tenía ganas de discutir por una escoba, así es que le dejó una moneda más sobre la mesa y partió a su trabajo.
Todos los lunes José le dejaba dinero para que su esposa comprara una escoba nueva y hasta un par de veces, llevado por la curiosidad, él mismo revisó la usada antes de arrojarla al fogón como leña. Todas se encontraban en un estado deplorable, algunas estaban tan gastadas que casi no les quedaba paja.
Un domingo en la misa, José quedó impresionado por el sermón que dio el sacerdote. Habló de brujería y de los poderes oscuros que el Diablo utilizaba para atraer a sus víctimas y conseguir adeptos que dañaran, por medio de hechizos terribles, a los pobres y fieles cristianos.
—La mujer —decía el cura con el dedo índice levantado como dando una sentencia— es especialmente débil frente a las artimañas del Diablo. Recuerden que fue una mujer, Eva, la que mordió la manzana y se la ofreció a Adán y por ese motivo fueron expulsados del Paraíso, que Dios había hecho para ellos, para que vivieran en la total y absoluta felicidad.
La gente asentía los dictámenes del sacerdote y guardaban el más inquebrantable silencio, prestando especial atención a sus palabras. Muchas de las personas de ese pueblo, por primera vez, estaban oyendo un sermón interesante, algo que verdaderamente valía la pena escuchar.
—Hacer brujería es lo mismo que hacer un pacto con el Demonio —continuaba el sacerdote—. Hay que prestar atención a las pequeñas pruebas, los detalles que nos demuestran, con la luz de la verdad, que la oscuridad mora entre nosotros.
Toda la gente del pueblo regresó a sus casas con las palabras del cura en su memoria; el miedo atenazaba sus almas y las dudas mortificaban su mente.
A la mañana siguiente José se preparó para ir a trabajar, desayunó con su esposa y luego, antes de marcharse, ella le dijo:
—Déjame una moneda para una escoba nueva.
José se estremeció porque sintió que en esas palabras resonaba la voz del Diablo. ¿Sería su mujer una bruja? ¿Qué clase de brujerías haría con las escobas que él le pagaba? Cuando llegó a ese pensamiento, su corazón dio un vuelco: ¿el también sería atrapado por las garras del Demonio por contribuir a los hechizos con escobas que él mismo compraba?
La mujer había dejado sus tareas y lo miraba fijamente. ¿Podría leerle el pensamiento? ¿Era su mujer o el Demonio quien lo estaba mirando de esa forma?
—Aquí tienes, mujer, una moneda ganada con el sudor de mi frente como Dios manda.
Alba, sorprendida, tomó la moneda y luego sonrió.
—Que te vaya bien, querido.
El día de trabajo fue terrible, y José calculó mal varias veces la longitud que debía cortar y desperdició varios metros de preciosa tela. Las cuentas no le salían, la tijera no cortaba, le dolía la cabeza y no podía pensar en otra cosa que no fuera su mujer, el Diablo y las escobas.
Caminó lentamente de regreso a su casa, fue rezando y tratando de tranquilizarse.
—Tal vez —se decía a sí mismo— yo estoy asustado y mi pobre mujer no es más que una trabajadora de Dios que cumple con la tarea de mantener limpio el hogar.
Pero decidió que, a partir de ese momento, le prestaría atención al estado de las escobas.
Su mujer lo esperaba con una suculenta cena caliente, y a pesar de que José desconfió en un primer momento, comió toda la comida que le sirvió. Ella se fue a acostar y, antes de hacerlo él, buscó la escoba y la encontró casi como nueva. Suspiró y se fue a dormir.
A la mañana siguiente se levantó y fue a averificar cómo estaba la escoba: se encontraba en el mismo estado y lugar en que la había visto a la noche.
Más tranquilo, desayunó con su amada y partió al trabajo.
La jornada resultó buena y José regresó a su casa como siempre. Cenó con su esposa, quien le dijo que estaba cansada, y le propuso irse a dormir más temprano. José también sentía sueño, pero antes de acompañarla fue a ver la escoba: se encontraba en el mismo estado que el día anterior. Regresó con su mujer, se sumergió entre las mantas y se durmió inmediatamente.
A la mañana siguiente se levantó, desayunó y estaba por irse a trabajar cuando vio que la escoba, apoyada contra el umbral de la puerta que daba hacia la calle, estaba casi deshecha, como si alguien la hubiera usado toda la noche.
Su corazón dio un vuelco. Miró a su mujer y, aún poniéndose el chaleco, partió rápidamente sin saludar.
—¡No puede ser! —se quejaba mientras caminaba hacia la tienda—, ¡mi mujer no puede ser una bruja!
Otra vez volvió a tener un mal día de trabajo, la gente que entraba en la tienda se iba sin comprar y los géneros que cortaba siemprre eran demasiado cortos o demasiado largos.
Regresó a su casa con el semblante serio, pensando que no se dejaría engañar por las argucias del Diablo. Decició que, a partir de ese momento, no comería nada de lo que ella le preparara.
Alba notó el cambio de actitud de su marido: él casi no le hablaba, no comía y, a la noche, se levantaba a cada rato.
José se levantaba todas las noches para veriifcar el estado de la escoba, que se encontraba igual de estropeada que la última vez que la había visto. También espiaba a su esposa y la observaba dormir.
La falta de buena comida y de sueño lo estaban mortificando demasiado, no era lo habitual para alguien que llevaba una vida cómoda. Iba a desistir de sus espiadas nocturnas, hasta que llegó la noche del viernes.
José luchaba interiormente para mantenerse despierto pero aparentando que dormía. Como si se tratara de un juego, acompasó su respiración e, incluso, emitió algunos ronquidos.
De pronto, su mujer se volvió en la cama y lo observó detenidamente. José la podía ver entre las pestañas de los párpados que mantenía casi cerrados.
La mujer se levantó suavemente, casi sin mover la cama. Entornó la puerta y caminó hasta la cocina sin encender ninguna luz. José, a su vez, se levantó despacio y, sin hacer ruido, se acercó a la rendija para espiarla.
Vio que su mujer se quitaba toda la ropa, quedándose completamente desnuda. El reflejo de la luna brillaba sobre su cuerpo pecaminoso. Nunca la había visto así, tan radiante, tan libre, tan atractiva y tan… ¡desnuda!
La lujuria se apoderó de su alma, la pasión le golpeaba cada centrímetro de su cuerpo, pero rezó a Dios para que le alejara esas sensaciones lujuriosas.
Mientras luchaba con sus emociones, seguía espiando. Ahora su mujer tomaba un frasco con un líquido espeso de color verdoso, y metiendo dos dedos dentro de él, comenzaba a untarse todo el cuerpo.
Sentimientos encontrados de odio, miedo, pasión y vergüenza se sucedían en el interior del alma de José. ¿Qué debía hacer?
Finalmente decidió esperar y ver lo que hacía su esposa.
Alba tapó el frasco y lo guardó cuidadosamente en el armario, luego caminó hasta el umbral de la puerta donde estaba apoyada su escoba, la puso entre sus piernas y flexionando las rodillas se sentó sobre ella. Mencionó unas palabras mágicas, se elevó en el aire y desapareció por la chimenea.
José estaba atónito, su cuerpo temblaba. Rápidamente se calzó los zapatos y salió corriendo en busca del sacerdote.
Al llegar a la parroquia golpeó desesperadamente las puertas.
El cura le abrió y le preguntó:
—¿Qué sucede, José?
—Algo terrible, he visto algo terrible, padre.
El sacerdote lo hizo pasar y, luego de sentarlo y ofrecerle un vaso de agua, por fin, José le contó todo lo que había visto.
El cura lo miró con semblante serio y finalmente habló:
—Pues, por lo que me dices, tu mujer es una bruja, hizo un pacto con el Diablo y deberá pagar las consecuencias. Has hecho bien en venir y contarme, así estarás libre de pecado y expiarás tus culpas.
José estaba destruido y se aferraba con ambas manos su cabeza desgreñada.
El cura lo tomó de un hombro y le dijo:
—No te preocupes, hijo, has hecho lo correcto.
El sacerdote mandó a su ayudante a buscar a los guardias que llegaron pronto.
—Rápido, debemos hacerlo rápido antes de que se dé cuenta la bruja —dijo el cura.
Los hombres partieron en la noche, armados con espadas, dagas y antorchas. El sacerdote iba a la cabeza con un ejemplar de las Sagradas Escrituras.
Llegaron a la casa de José y sorprendieron a la mujer en la cama.
—No nos engañas, Diablo —dijo el cura sarcásticamente.
Alba se despertó sobresaltada, parecía no saber lo que ocurría.
—¿José? ¿Eres tú? ¿Qué pasa? ¿Qué hacen todos estos guardias en nuestra casa?
—No es tu casa —respondió rápidamente el sacerdote—, el Diablo no tiene cabida en este lugar.
—¡Pero yo soy su mujer!
—¡No, eres una bruja! —repuso el cura con énfasis.
Los guardias la destaparon y la arrancaron de la cama, luego, le amarraron las manos a la espalda.
—¡Córtenle el cabello para que no pueda hacer su magia demoníaca! —ordenó el hombre del clero.
Uno de los guardias sacó una daga y comenzó a cortar tanto pelo como piel de la cabeza de la mujer, que se debatía con todas sus fuerzas.
—Arrojen su escoba del demonio al fuego, ¡que arda ahora como ella arderá en un futuro cercano!
Los guardias tomaron la escoba desgarbada y la arrojaron al fuego con temor.
—¡José! —gritaba Alba—, ¡ayúdame por favor!
—Te vi volar —dijo José, casi como en un susurro.
Ella cerró los ojos y bajó la cabeza, presa del mayor dolor: su esposo la había denunciado.
El juicio fue rápido, varios testigos aseveraron haberla visto cruzar el cielo montada en su escoba y algunos más aseguraron haber sido víctimas de maleficios que ella misma había elaborado.
La quemaron en la plaza pública, frente a los ojos de cientos de personas que concurrieron al macabro espectáculo. Todos los hombres, mujeres y niños del puelbo contemplaron la ejecución de la bruja llamada Alba. Todos menos su marido, José, que a partir de ese día ya no volvió a sentir alegría y, poco a poco, se fue sumergiendo en una angustia cada vez más profunda hasta que murió. Algunos dicen que murió de pena, debido a su remordimiento por lo que había hecho, pero muchos más dicen que murió hechizado por el último deseo de la bruja llama Alba, la mujer que gastaba las escobas.
Roberto Rosaspini Reynolds nació en 1940 en El Bolsón, provincia de Río Negro, Argentina. De ascendencia doblemente celta —irlandesa por la rama paterna y celtíbera por la materna—, inició sus experiencias literarias como traductor, tarea que le permitió finalmente dedicarse a la investigación de un tema que lo cautivó desde muy pequeño: el universo de lo irreal y lo fantástico. Es autor de varios libros sobre cultura celta, entre otros. Falleció en Buenos Aires en abril de 2003, cuando los originales de Cuentos de duendes. Relatos mágicos celtas, su obra póstuma, estaban en imprenta.
Ser Mamá – Isabel Allende
Feliz día de la madre !!!
Ser Mamá – Isabel Allende
Por culpa del azar o de un desliz, cualquier mujer puede convertirse en Madre.
La naturaleza la ha dotado a mansalva del «instinto maternal» con la finalidad de preservar la especie.
Si no fuera por eso, lo que ella haría al ver a esa criatura minúscula, arrugada y chillona, sería arrojarla a la basura.
Pero gracias al “instinto maternal “ la mira embobada, la encuentra preciosa y se dispone a cuidarla gratis hasta que cumpla por lo menos 21 años.
Ser Madre es considerar que es mucho más noble sonar narices y lavar pañales que terminar los estudios, triunfar en una carrera o mantenerse delgada.
Es ejercer la vocación sin descanso, siempre con la cantaleta de que se laven los dientes, se acuesten temprano, saquen buenas notas, no fumen, y que tomen leche.
Es preocuparse de las vacunas, la limpieza de las orejas, los estudios, las palabrotas, los novios y las novias; sin ofenderse cuando la mandan a callar
o le tiran la puerta en las narices, porque no están en nada…
Es quedarse desvelada esperando que vuelva la hija de la fiesta y, cuando llega, hacerse la dormida para no fastidiar.
Es temblar cuando el hijo aprende a manejar, anda en moto, se afeita, se enamora, presenta exámenes o le sacan las amígdalas.
Es llorar cuando ve a los niños contentos
y apretar los dientes y sonreir cuando los ve sufriendo.
Es servir de niñera, maestra, chofer, cocinera, lavandera, médico, policía, confesor y mecánico, sin cobrar sueldo alguno.
Es entregar su amor y su tiempo sin esperar que se lo agradezcan.
Es decir, que «son cosas de la edad» cuando la mandan al carajo.
Madre es alguien que nos quiere y nos cuida todos los días de su vida y que llora de emoción porque uno se acuerda de Ella una vez al año: el Día de la Madre.
El peor defecto que tienen las madres es que se mueren
antes de que uno alcance a retribuirles parte de lo que han hecho.
Lo dejan a uno desvalido, culpable e irremisiblemente huérfano.
Por suerte hay una sola……….
Porque nadie aguantaría el dolor de perderla dos veces… »
Isabel Allende
NO JUZGUES !!!.- Dr Alberto Villoldo.-

esta práctica forma parte de la primera revelación.
Para practicar el no juzgar, debemos trascender nuestras limitadas creencias, incluso las que tenemos sobre el bien y el mal.
Le damos un sentido al mundo al juzgar las situaciones como «buenas» o «malas» de acuerdo a reglas definidas por nuestra cultura. Estas reglas constituyen nuestro código moral. Pero un Guardián de la Tierra es amoral. Eso no quiere decir que sea inmoral, sino que simplemente no se rige por tradiciones. El Guardián cree que es importante desprenderse de este tipo de juicios y mantener su capacidad de discernimiento.
Cuando practicas el no juzgar, te niegas a seguir automáticamente la opinión de los demás en cualquier situación. Al hacer esto, comienzas a tener un sentido de la ética que trasciende las tradiciones de nuestro tiempo. Esto es importante hoy en día, cuando las imágenes de los medios de comunicación se han convertido en algo más convincente que la realidad, y nuestros valores –libertad, amor, etcétera- son reducidos a eslóganes y palabras vacías.
Cuando te niegas a colaborar con la visión consensual, adquieres una perspectiva diferente. Descubres lo que la libertad significa para ti a nivel personal, y que no es lo que cuentan los políticos en sus bien ensayados discursos. Comprendes que la libertad es mucho más que poder elegir entre varios modelos de coches o entre opciones de un menú.
Nuestros juicios son suposiciones que están basadas en lo que hemos aprendido y en lo que nos han contado. Por ejemplo la mayoría de nosotros cree que el cáncer es una enfermedad mortal, de modo que si el doctor nos dice que la padecemos, nos quedamos aterrorizados. Sin embargo, si practicamos el no juzgar, rechazamos la creencia automática de que esto significa que vamos a tener que luchar por nuestra vida. Podemos estar de acuerdo en seguir el tratamiento que nuestro médico recomienda, pero no aceptamos el hecho de que tenemos unas probabilidades de recuperación del 1 al 99%. No calificamos nuestras posibilidades de supervivencia, sean éstas buenas o malas, ni tampoco les consignamos ningún número, porque eso sería entregar nuestro destino a las estadísticas. En lugar de eso, lidiamos con el problema que tenemos entre manos, no sólo desde el nivel literal de nuestro cuerpo, sino desde el nivel de percepción más elevado que podamos. Nos permitimos aceptar lo desconocido, junto con sus infinitas posibilidades.
Hace algunos años, por ejemplo, a un amigo mío se le diagnosticó cáncer de próstata. Afortunadamente, en esa época el vivía con un curandero, quien le dijo: «No tienes cáncer; tus radiografías sólo muestran algunas manchas que con el tiempo se curarán». Al cabo de un mes, esas manchas pudieron ser sanadas.
Si mi amigo hubiese calificado esas manchas como «cancerosas» y tejido una historia en torno a ellas, se habría convertido en un «paciente de cáncer». Si hubiese aceptado esta historia literal sobre su enfermedad, estaría condenado a convertirse en una estadística –en su caso, a formar parte del 40% de los pacientes que se cura o del 60% que no lo hace. Sus posibilidades se habrían reducido para convertirse en probabilidades, porque, al saber que llevaba las de perder, no habría sido capaz de imaginarse dentro del 40% de los que se curan. Por eso les enseño a mis alumnos a trabajar con sus clientes antes de que éstos reciban los resultados de la biopsia, antes de que las manchas que aparecen en las radiografías reciban un nombre y que la historia del «cáncer mortal» quede grabada en su mente y se convierta en una profecía que se cumple a sí misma.
Recientemente, una mujer llamada Alyce llamó para pedir consulta con Marcela, que forma parte de nuestro personal. Alyce se había hecho una mamografía y se le había encontrado un bulto en un pecho. Marcela le preguntó si quería que comenzara a trabajar con ella antes de la biopsia, para intentar influenciar los resultados, o si prefería esperar hasta después. Alyce eligió la primera opción. A la semana siguiente, recibió una llamada de su médico. Este le dijo que habían cometido un error, ¡habían confundido su mamografía con la de otra persona, y la suya era perfectamente normal! De modo que nuestras historias no sólo influyen en nuestra forma de ver la vida, sino también en el «mundo real» -en este caso, ¡curando una situación que ya había sucedido!
§
Siempre podemos crear una historia mítica en torno a nuestro viaje, una historia que nos ayude a crecer, a aprender y a curarnos. A fin de cuentas, es posible que no podamos alterar las manchas en una radiografía, pero sí curar nuestra alma y comenzar a educarnos por fin en las lecciones que hemos venido a aprender en este mundo. Nuestra lección puede ser ir más despacio y apreciar a las personas que nos rodean, dejar de aferrarnos a una existencia que hemos vivido como sonámbulos porque creímos que debíamos vivir nuestras vidas de una cierta forma; o, desde la perspectiva del colibrí, estas manchas pueden ser una llamada de advertencia para que hagamos los cambios que hemos estado evitando.
Hemos creado grandes historias en torno al cáncer, el sida y otras enfermedades, pero no en torno a otras dolencias. Si el médico nos dice que tenemos un parásito, por ejemplo, la mayoría de nosotros no se pone a pensar en los millones de personas alrededor del mundo que mueren a causa de infecciones producidas por parásitos ni comienza a angustiarse con la idea de que va a morir. No hemos construido ninguna historia alrededor de esta enfermedad, aunque a menudo resulta ser fatal. Esto es en parte porque existe poco interés comercial o monetario en perpetuar estas historias. El tratamiento de las infecciones producidas por parásitos, aunque afectan a alrededor de dos mil millones de personas en todo el planeta, no es un gran negocio para las grandes compañías farmacéuticas, a diferencia del cáncer, el colesterol y las enfermedades cardíacas. Las historias de miedo ayudan a vender medicamentos.
Cuando no juzgas la enfermedad ni te dejas dominar por el miedo de que vas a morir, es más fácil que puedas percibirla desde un nivel más elevado y escribir una historia mítica. De modo que si tienes un parásito, podrás reconocerlo como la manifestación literal de la ira tóxica de otras personas que tú has interiorizado. Alternativamente, podrías descubrir que te has desviado de tu camino y que estás viviendo una vida que es venenosa para ti.
Cuando practicamos el no juzgar, ya no padecemos enfermedades –tenemos oportunidades para la curación y el crecimiento-. Ya no sufrimos traumas pasados –tenemos acontecimientos que han moldeado nuestra personalidad-. No rechazamos los hechos –nos oponemos a la interpretación negativa de estos hechos y a la historia traumática que nos sentimos tentados a tejer en torno a ellos. Entonces creamos una historia de fuerza y compasión basada en estos hechos.
La revelación 1 se llama el camino del héroe porque los chamanes y curanderos más eficaces reconocen que ellos también han sido profundamente heridos en el pasado, y que a raíz de su curación han desarrollado una fuerte compasión por los que sufren. Con el tiempo, sus heridas se convirtieron en dones que les permitieron sentir más profundamente las cosas y mostrar más compasión por los demás. En otras palabras, ¿quién mejor para ayudar a un alcohólico que alguien que está en recuperación, que reconoce las mentiras que el alcohólico se dice a sí mismo y que conoce el coraje que hace falta para superar esta adicción? ¿Quién mejor para auxiliar a un hosco y colérico adolescente que un adulto cuya adolescencia estuvo marcada por la rebeldía, el resentimiento y la inseguridad, pero que ha conseguido curarse a sí mismo? Cuando alguien ya ha pasado por esas experiencias, es más fácil desprenderse de los juicios y calificaciones, y centrarse en la curación.
Buscate un amante…
Muchas personas tienen un amante y otras quisieran tenerlo.
Y también están las que no lo tienen, o las que lo tenían y lo perdieron.
Y son generalmente éstas dos últimas, las que vienen a mi consultorio para decirme que están tristes o que tienen distintos síntomas como insomnio, falta de voluntad, pesimismo, crisis de llanto o los más diversos dolores.
Me cuentan que sus vidas transcurren de manera monótona y sin expectativas, que trabajan nada más que para subsistir y que no saben en qué ocupar su tiempo libre.
En fin, palabras más, palabras menos, están verdaderamente desesperanzadas.
Antes de contarme esto ya habían visitado otros consultorios en los que recibieron la condolencia de un diagnóstico seguro: «Depresión» y la infaltable receta del antidepresivo de turno.
Si yo he llegado a conocer a estas personas es porque, obviamente, no mejoraron y vinieron a verme buscando soluciones a su rosario de dolencias.
Entonces, después de que las escucho atentamente, les digo que no necesitan un antidepresivo; que lo que realmente necesitan, es ¡un amante!
Es increíble ver la expresión de sus ojos cuando reciben mi veredicto.
Están las que piensan: ¡Cómo es posible que un profesional se despache alegremente con una sugerencia tan poco científica!
Y también están las que escandalizadas se despiden y no vuelven nunca más.
A los que deciden quedarse y no salen espantados por el consejo, les doy la siguiente definición:
*Amante es: «Lo que nos apasiona».
Lo que ocupa nuestro pensamiento antes de quedarnos dormidos y es también quien a veces, no nos deja dormir. Nuestro amante es lo que nos vuelve distraídos frente al entorno.
Lo que nos deja saber que la vida tiene motivación y sentido.
A veces a nuestro amante lo encontramos en nuestra pareja, en otros casos en alguien que no es nuestra pareja.
También solemos hallarlo en la investigación científica, en la literatura, en la música, en la política, en el deporte, en el trabajo cuando es vocacional, en la necesidad de trascender espiritualmente, en la amistad, en la buena mesa, en el estudio, o en el obsesivo placer de un hobby…
En fin, es «alguien» o «algo» que nos pone de «novio con la vida» y nos aparta del triste destino de durar.
¿Y qué es durar? Durar es tener miedo a vivir. Es dedicarse a espiar cómo viven los demás, es tomarse la presión, deambular por consultorios médicos, tomar remedios multicolores, alejarse de las gratificaciones, observar con decepción cada nueva arruga que nos devuelve el espejo, cuidarnos del frío, del calor, de la humedad, del sol y de la lluvia.
Durar es postergar la posibilidad de disfrutar hoy, esgrimiendo el incierto y frágil razonamiento de que quizás podamos hacerlo mañana.
Termino este relato con una sugerencia; más que una sugerencia, una súplica: Por favor no te empeñes en durar, buscate un amante, sé tú también un amante y un protagonista… de la vida.
Piensa que lo trágico no es morir; al fin y al cabo la muerte tiene buena memoria y nunca se olvidó de nadie.
Lo trágico, es no animarse a vivir; mientras tanto, y sin dudar, ¡búscate un amante…!La psicología después de estudiar mucho sobre
el tema descubrió algo trascendental:
«Para estar contento, activo y sentirse feliz, hay que estar de novio con la vida».
Dr. Jorge Bucay
» Soy Amor, Paz, Alegría » PETICION MUNDIAL !!!

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