
Cuando pueda sentarme en la butaca vacía del tiempo, sin falsos decorados, para ver pasar esta comedia social en la que estamos inmersos, podré entonces mirar tras el espejo, y recordar que viví en la vida dentro de un bullicioso cementerio. Cuando tanta mediocridad ya no te permita ni encender un cirio que pueda alumbrar una feliz sonrisa, pensaré que en toda esta política, con todos sus medios de comunicación audiovisuales, nos atan al universo de los sueños. Cuando sólo quede la palabra y esta se vuelva estéril, desprovista de contenido, que no sean más que frases vacías, con forma pero sin un fondo humano, que hasta la palabra amor pierda su sentido, seguiré “buscando a Diógenes, al del farol” para preguntarle si encontró lo que buscaba.Quien sabe si el pesimismo no es un banco de espera, un rasgo de prudencia y de sentido común, pero lo miremos del color que lo miremos, también se puede vivir contento entre mentiras, pudiendo caminar con la máscara, si eso es lo que ahora se impone frente al escaparate que conocemos. El interior sólo se reserva a la bondad si somos capaces de encontrar la verdad, pero detrás del decorado.
El dios dinero se ha adueñado del bienestar para inmunizar las conciencias, su reino solo habita en corazones de papel, y en guiños de falsa felicidad. Como todos los años llega la navidad revestida de luces, invitando a comprar la alegría o la tristeza y, nos acoge un año más con sus brazos ortopédicos, para consumir cuanto más mejor. Para que nada falte en la mesa, o todo falte, depende de lo que entendamos. No se lo que queda de la navidad cristiana que vivimos en otra época.
Dejemos que los niños, grandes y pequeños, con nuestra inocencia sigamos escribiendo a los Reyes Magos, esperando ver y contemplar otros regalos, como es la mirada limpia de un perro que sólo pide cariño, o que la buena estrella nos inunde de bondad, para pensar en los pobres y marginados, no sólo en navidad. Ellos siempre esperan más que una mirada compasiva algo de calor humano, si es que nos lo permite este monstruo multiforme que nos mete prisa en el asfalto, que echa su zarpa enmascarada para ir corriendo hacia ningún sitio. Pero que se muestra amable, ofreciéndote la felicidad del mañana como si fuera un gran seguro de vida, algo así como hacen los bancos, regalando paraguas para quitárnoslos cuando llueve. Un gigantesco monstruito insaciable, de esta globalización, al que se le grita justicia, mientras se queda dormido en la indiferencia.
Si yo fuera un mago, pero sin ofrecer la lotería que nos pudiera hacer ricos. Si yo tuviera fuerza para calmar la ira de tanta violencia. Si todos quisiéramos… En fin, si que podríamos hacer esa magia para poder despertar a este monstruo con un beso, con una caricia ahora, y el resto del año. Y entre todos hacer que se mirase en el espejo de la vida, para hacerle sonreír por dentro, más allá de la navidad.
JACINTO HERRERAS MARTIN